REPORTAJE DEL SIGLO: El Niño Que Recordaba Morir De Un Disparo

Una investigación sobre la infancia, la muerte… y lo inexplicable

Por Gustavo Ramírez.

A los tres años, Gabriel —nombre ficticio para proteger su identidad— comenzó a mostrar un comportamiento que desconcertó a sus padres en una pequeña ciudad del noreste de Brasil. Se negaba a dormir solo, gritaba aterrorizado cada vez que escuchaba fuegos artificiales y repetía frases en un tono grave e impropio para su edad: “me dispararon por la espalda”, “ese juguete era mío, no de ustedes”, “¿dónde está mi reloj?”.

Al principio creyeron que se trataba de una fase infantil, una fantasía, quizá el producto de haber escuchado conversaciones de adultos. Pero a medida que pasaron los meses, los detalles comenzaron a acumularse. Gabriel no sólo describía con claridad episodios que jamás había vivido: también se refería a objetos que no existían en su hogar, usaba expresiones pasadas de moda y mencionaba a un hombre del que sus padres apenas hablaban: el “tío abuelo» fallecido décadas atrás en circunstancias trágicas.

Lo más perturbador vendría después: una concavidad congénita en su cráneo —casi imperceptible al nacer— coincidía exactamente con la trayectoria de la bala que, en 1993, había matado al mencionado pariente en un tiroteo durante un robo.

Un Caso Para La Ciencia

Este relato no fue publicado en una novela de suspenso ni difundido por redes sociales. Apareció, rigurosamente documentado, en la edición de noviembre de 2024 de la revista médica Explore, bajo el título:
“Children who claim previous life memories: A case report and literature review” (Niños que afirman recuerdos de vidas pasadas: un estudio de caso y revisión de la literatura).

Los investigadores analizaron trece afirmaciones realizadas por Gabriel sobre su supuesta vida anterior. De ellas, nueve coincidían con hechos verificables —como la posesión de un reloj de bolsillo antiguo, el tipo de arma utilizada en el crimen y detalles específicos sobre la casa donde vivió el difunto— mientras que otras cuatro no pudieron confirmarse, pero tampoco se refutaron.

Además, identificaron ocho patrones conductuales que replicaban con inquietante precisión los gustos, hábitos y miedos del hombre fallecido. No hubo hipnosis, ni influencia externa aparente. La información surgía espontáneamente en el juego, en los sueños, en las horas más inocentes del día.

“Este caso comparte elementos fundamentales con otros bien documentados en la literatura científica: aparición temprana de los recuerdos, desaparición progresiva hacia la edad escolar, y coincidencias físicas con lesiones del individuo previo”, señala el artículo, firmado por un equipo internacional que incluyó psicólogos clínicos, pediatras y antropólogos culturales.

¿Reencarnación O Memoria Olvidada?

El fenómeno no es nuevo. Desde la década de 1960, el psiquiatra canadiense Ian Stevenson dedicó su vida a investigar a niños de todo el mundo que aseguraban haber vivido antes. Su base de datos, hoy custodiada por el Departamento de Estudios Perceptuales de la Universidad de Virginia, contiene más de 2.600 casos, con variables estandarizadas: desde la edad de aparición de los recuerdos hasta las marcas de nacimiento relacionadas con heridas letales.

En la mayoría de los casos, las familias involucradas no buscaban fama ni remuneración. Al contrario, preferían mantener la discreción, muchas veces con el temor de ser señaladas como supersticiosas o manipuladoras. Sin embargo, las coincidencias eran tan precisas —en algunos casos, escalofriantes— que los investigadores no pudieron descartarlas fácilmente.

El patrón se repetía: niños entre 2 y 5 años que hablaban de otra vida con nombres, lugares, fechas y emociones. Algunos de ellos reconocían personas que nunca habían visto, otros mostraban fobias inexplicables vinculadas al modo de muerte del supuesto “yo anterior”.

Historias Que Desafían La Lógica

Gabriel no es un caso aislado. En India, el nombre de Shanti Devi pasó a la historia cuando, a los 4 años, aseguró haber sido una mujer que murió en el parto. Reconoció a su anterior esposo, a su hijo y a vecinos de una ciudad en la que jamás había estado. El caso llegó hasta Mahatma Gandhi, quien formó una comisión oficial para investigarlo… y quedó convencido de su veracidad.

En Estados Unidos, el pequeño James Leininger empezó a tener pesadillas con explosiones, aviones y llamas. Describía modelos militares con precisión y hablaba de un portaaviones llamado USS Natoma Bay. Años después, los investigadores concluyeron que sus recuerdos coincidían con los de un piloto muerto en combate durante la Segunda Guerra Mundial: James Huston Jr.

“El niño sabía cosas que no podía haber aprendido por ningún medio convencional. No hay explicaciones fáciles”, declaró su madre en una entrevista con ABC News.

¿Ciencia O Sugestión?

Por supuesto, el escepticismo persiste. Psicólogos y neurólogos advierten sobre el poder de la sugestión familiar, la memoria implícita y la imaginación vívida en edades tempranas. También señalan que la mente infantil es especialmente vulnerable a la reinterpretación de datos, especialmente en entornos donde la creencia en la reencarnación es culturalmente aceptada.

Pero incluso en contextos seculares, como en Occidente, siguen apareciendo testimonios imposibles de ignorar.

En el caso de Gabriel, los autores del estudio fueron tajantes: “Las coincidencias entre las declaraciones del niño, sus conductas y la vida del fallecido no pueden explicarse fácilmente por el azar ni por condicionamiento familiar”.

¿Estamos ante evidencia de que la conciencia puede sobrevivir a la muerte? ¿O frente a un misterio aún no resuelto por la psicología moderna?

Más Allá Del Misterio

Hoy, Gabriel ha superado la etapa más intensa de sus recuerdos. Como en muchos otros casos, las memorias comenzaron a desvanecerse con el paso del tiempo. Sus padres aseguran que ya no habla del tema, aunque conserva algunos gestos que recuerdan al hombre que nunca conoció.

Lejos de dar respuestas definitivas, casos como el suyo abren una puerta incómoda en el muro de lo racional. Una grieta por la que se filtra una antigua pregunta:
¿Qué somos, en realidad, cuando decimos “yo”?

La ciencia todavía no lo sabe. Pero mientras los niños sigan hablando… el enigma seguirá creciendo.


Reflexión

Después de revisar decenas de casos, entrevistas, estudios clínicos y documentos históricos, una idea parece emerger con más fuerza que cualquier conclusión definitiva: hay algo en nosotros que trasciende lo visible, lo tangible, lo lineal del tiempo.

Tal vez no tengamos —todavía— una explicación científica plenamente aceptada para los recuerdos de vidas pasadas. Pero sí tenemos una certeza que nos ofrece la propia física: la energía no se destruye, solo se transforma.

¿Y si la conciencia —eso que somos, eso que piensa, recuerda, siente y ama— no fuera más que una forma de energía?

Una vibración compleja, única, que cambia de forma, pero que no desaparece. Si esto es cierto, entonces no deberíamos asombrarnos tanto ante un niño que recuerda haber vivido antes. Porque tal vez… todos lo hemos hecho. Solo que lo hemos olvidado.